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Bailarines en Banana, principal discoteca de Zárate.

Las noches salvajes de Zárate

Publicado: 2011-04-03

Aún lejos de la belleza y comodidades de Miraflores, Surco o San Isidro, el distrito más grande y poblado de Perú tiene gente que trabaja duro para darse sus gustos. No es necesario viajar una hora y media para divertirse en Larcomar o Barranco. Ahora, las urbanizaciones de San Juan de Lurigancho como Zárate han levantado sacrosantos espacios juerguistas. Acompáñenos a conocer un boulevard donde el buen ambiente, la música y los tragos están garantizados; aunque sus asistentes no tengan mucho más de diez o veinte soles en los bolsillos.

Dos chicas regias están esperando a unos amigos que les van a financiar la fiesta. Tienen cinturas envidiables, los ojos delineados de negro azabache, sombras azules y labios rojos. Ellos llegan, uno con polera negra, cadena blin blin y gorra tapándole la vista; el otro, con el polo pegadito y escarchado de Dolcce & Gabbana made in Gamarra. Las chicas saludan emocionadas saltando de un lado para otro sobre sus seis centímetros de calzado, delicadas como pájaros, pero gritonas como cualquier cobrador de combi.

– ¡¿A dónde vamos?!

Al Banana, por supuesto. O al Cadillac, al Azúcar, a Embajada Brahma, a Brisas del Oriente, a cualquiera de las discotecas ubicadas en Zárate; zona sur de San Juan de Lurigancho. Ese distrito cuyos maizales se convirtieron, poco a poco y con dificultad, en complejos emergentes tras el fracaso de la Reforma Agraria. Zárate es su urbanización más antigua, está separada de El Agustino por el paso del Río Rímac y conecta a todo San Juan con la Vía Evitamiento. En esta zona, credos musicales como el rock, la cumbia y la salsa cubana congenian en el Larcomar del pueblo.

Ocho de la noche. Es sábado y los transeúntes de la avenida principal Gran Chimú caminan en grupos, los taxistas y las combis congestionan el tráfico, el claxon de los carros apura el paso desesperado a la vida nocturna de fin de semana.

En este centro de la diversión masiva hay aproximadamente veinte locales para “tonear” o “chupar”. Tenemos disco bar, peña y hasta karaoke. Además, hay para todos los bolsillos. La fiesta se arma en una gran manzana formada por las calles Malecón Checa (frente al Río Rímac), Enrique Petral (paralela a la anterior) y la descuidada Wiracocha (invadida por ambulantes).

¿Peligro? No, señores, acá los jóvenes del buen y del mal camino cuidan sus espacios de relax. Atrás quedaron los años en que la policía realizaba batidas y clausuraba antros que dejaban ingresar desde escolares hasta chaveteros.

Para los arrebatados luchadores de la calle, acróbatas de la noche y esquivadores de cuchillos está la cuadra seis de Gran Chimú. Expulsados fuera del boulevard, no les ha quedado otra que delimitar su territorio con grafitis. En algunas paredes que circundan la zona figuran: los Cirujanos, los Íntimos y la Granja Grone.

La Cuatro 40 es el huarique donde se reúnen. Acá, tener el rostro limpio de cortes es la excepción. La moda es cuestión de autodefensa: ropas anchas, gruesas e impenetrables. Los asiduos a esta discoteca parecen respetar las cicatrices y continuar su noche sin mirar más allá de su pandilla.

—Debes tener cuidado hasta de tropezarte con alguien, porque se hacen los machitos, te sacan cuchillo y te botan —dice Alex.

Es chiquito, ojón, tiene el rostro sucio y siempre está recogiéndose los mocos con la manga de su casaca. Aunque parece de trece años, en realidad tiene diecisiete. Él se dedica a hacer de las suyas en  la avenida Gran Chimú —su cancha—, aunque hay algunas cuadras de ese lugar donde no puede caminar solo. Únicamente en su casa y junto a su pandilla “Los diablos azules” se siente a salvo. Su abuelita es la única familia que tiene, y lo amenaza emocionalmente para que, al menos, termine el colegio.

Alex está bailando esta noche un reggaetón que subleva su ánimo y lo hace olvidar todos los números rojos en su libreta de notas de este semestre.

—¡Voy a repetir el año y qué me importa!  —grita borracho.

Sus colegas lo empujan y lapean a modo de brusca felicitación.

Para ellos la convivencia siempre termina en golpes.

La diversión pacífica empieza en el jirón Wiracocha. En Brisas del Oriente se puede mover el cuerpo con frenesí selvático sin costo alguno. En este establecimiento solo se paga por los tragos: Siete Raíces, Levántate Lázaro, Para Para, Rompe Calzón y así por el estilo.  Las lucecitas de neón verdes y púrpuras estimulan el efecto afrodisíaco del lugar. La penumbra  ayuda a los enamorados y sus caricias urgentes. Acá no se viene en mancha.

Jhovana´s Pub es la otra sensación. Son apenas las nueve en punto y esta licorería ya siembra sus borrachos en el jardín que la rodea. El negocio es al aire libre. Sus sillas y mesitas están disponibles mañana, tarde y noche. La jarra de cerveza cuesta diez soles, el tufo es gratis.

Así como los borrachos, el desorden y la suciedad plagan esta zona. Aquí se estacionan numerosas carretillas de comida. El agua que arrojan a baldazos los comerciantes informales ennegrece la calle y deteriora la pista, pese a ello los transeúntes aprecian los sanguchitos y anticuchos que les brindan para soportar el alcohol. Con dos o tres soles se engaña al estómago. Sin embargo, la municipalidad  no se traga esa situación y ha amenazado con expulsarlos para construir una impecable alameda que reciba a los vecinos de la zona a vísperas de las elecciones municipales 2010.

Mientras tanto, esta cuadra fea del boulevard es lógicamente la más barata. Para los bolsillos generosos —de veinte soles para arriba— existen los locales de Malecón Checa y Enrique Petral donde, muchos dicen, se alza el verdadero boulevard. Banderolas de tela negra y letras de color fosforescente cuelgan en las fachadas de ese lugar. Se anuncian: La Banda del Shaguiman, El Dúo de Oro, Bembé, N´talla, Los Kipus, Los Tiburones del Norte, entre otros grupos. Aquí las luces son sicodélicas, rítmicas y cumplen su cometido: invitan a la muchachada a dejarlo todo para unirse al “tono”.

Daniel Leaño frecuenta esta zona con añoranza. Él administró la primera discoteca del distrito: Transit, inspiración de lo que hoy es el Boulevard de Zárate.

—Cumplió su ciclo de vida —dice— se puso de moda que las discotecas invitaran orquestas y se nos complicó el negocio. Nosotros trajimos a Pedro Suarez Vertiz, La Liga del Sueño y otros grupos de rock. Quisimos hacer más eventos, pero fue muy difícil organizar todo en un tercer piso. Transit cerró después de una década.

Esa discoteca es recordada con cariño. Dicen los vecinos que tenía un ambiente especial. La decoración la copiaron del Bohemia de Miraflores: por fuera, era un collage de lunas azules con espejos; por dentro, lucía más bien rústico. La calidad de sus tragos fue la sensación. Tuvieron un barman que ganó premios trabajando con los hermanos Leaño y la gente de otros barrios iba exclusivamente  a buscarlo.

Hoy en día, no se viene por los tragos, sino porque los administradores compiten por traer a los grupos más sonados. Aquí han desfilado estrellas de la cumbia como El Grupo 5 y representantes de la salsa como Camagüey. Ahora, jóvenes y viejos de El Rimac, Cercado y El Agustino llegan para animarse con el calor de esta urbanización pujante, su gusto por la salsa y los grupos tropicales después de la media noche.

En la cuadra tres de Malecón Checa se ubica el point de la zona: El Banana, temible competencia para los pocos locales que no pertenecen al mismo dueño: Gustavo de los Ríos, magnate de Zárate. Sus otras tres discotecas son también muy frecuentadas: El Azúcar, La Embajada Brahma y Cadillac. Los asistentes cuentan que, de vez en cuando, ven a futbolista en la zona vip de El Banana. Por ejemplo, el delantero Abel Lobatón, del Sport Águila; y el volante ofensivo Kukin Flores, del Sport Boys han pagado sus veinticinco soles para subir al estrecho mezzanine del lugar.

En esta discoteca se reúnen varias generaciones desde las diez de la noche hasta las últimas consecuencias. Con gel en el cabello y camisas fuera del pantalón, entran algunos muchachitos veinteañeros pagando sus diez soles. Las chicas, muchas quinceañeras, pasan gratis hasta las doce. A veces llegan familias completas; no es raro ver a madres e hijas formando parejas en la pista de baile. Muchos cuarentones también ingresan después de trabajar y desacomodan sus corbatas para armonizar con la libertad de la música. Cuando el local está repleto, morenos en bibirís  blancos  se apoderan del escenario incandescente y hacen vibrar la pista de ciento veinte metros de largo con sus sonidos de trompetas, timbales y vozarrón.

Rocío tiene veinte años y está haciendo cola en el baño de damas. Mueve las piernas impaciente, no por la espera, ni por la música; sino de dolor. Ella trabaja todos los días como anfitriona en una tienda de útiles escolares en el Centro de Lima y está parada casi diez horas seguidas. Hoy ha venido a divertirse un poco y ha ingresado a la discoteca antes de la medianoche para no pagar su entrada.

—Estoy ahorrando para poder estudiar. Extraño a toda la gente de psicología de la César Vallejo, regreso con ellos el próximo ciclo, con fe —se despide toda guapa, morena, metro sesenta y cinco, tacos en mano.

Son las dos de la mañana y en la Calle Enrique Petral la discoteca Cadillac emana feromonas, el alucine femenino está desbordando con las célebres “terapias para solteras”. Un hombre fatal está bailando y desnudándose al ritmo de Bad to the bone: I broke a thousand hearts, before I met you. I'll break a thousand more baby… se quita el gorrito de marinero y lo coloca en la cabeza de una espectadora eufórica. Trata de seducir a todas, pero los enamorados jalan a sus “flacas” por detrás de las primeras filas.

Otra vez en el Banana las luces se disparan y las sillas están vacías. Todos bailan. Muchos peregrinos del boulevard regresan aquí porque saben que a partir de las tres de la mañana el local ha dejado de estar abarrotado, ahora solo está lleno y es posible conseguir una mesita para brindar. Debajo del escenario se ha amontonado la gente. Los parlantes suenan: Uy, ¿te enteraste? Se quieren llevar a todos los feos de Lima. ¿Qué culpa tengo yo de haber nacido tan feo? Feo tú, feo aquel, feo todos y yo también. La gente se vacila.

No importa si eres feo, misio, bruto. Acá hay sitio para todos. Uno se divierte como los grandes. Tomas un trago refrescante, potente, sedante y te olvidas de los malos negocios, los laburos con horario de todo el día, los hijos pandilleros, los exámenes jalados, las deudas y las ganas de salir de un distrito tan jodido como San Juan de Lurigancho. Acá en Zárate los habitantes pueden maldecir su suerte: la amenaza de la delincuencia, el fastidio de los ambulantes, la contaminación de sus calles y el bullicio de su tráfico; pero nunca el son de su boulevard mata penas.


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Maleta verde

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