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Joaquín Ventura y su hermano Tito, habitantes de Paraíso.

Joaquín Ventura: corazón de pandillero

Publicado: 2011-04-03

Joaquín Ventura abandonó el liderazgo de su pandilla para dedicarse al cine. Podemos verlo actuar y conocerlo a través de la película Paraíso, del director peruano Héctor Gálvez. Acompáñenos a ver un plano cerrado en la vida de este personaje y a esperanzarnos con las diferencias entre su pasado y su presente.

Joaquín parece un pirañita, pero no lo es. Solía serlo. Ahora es un joven de veintiocho años que ha sentado cabeza. A mediados del 2010 se convirtió en el protagonista de Paraíso, una película peruana que lleva el nombre de su barrio y que ha sido inspirada por él. Este largometraje se estrenó internacionalmente en el Festival de Venecia 2009 en la categoría de Nuevas Tendencias. A raíz de esa experiencia en la pantalla grande, Joaquín quiere ser director.

Este actor tiene algunas cicatrices que intimidan y una gorrita llena de grafitis que oculta su rostro: sus ojos chiquititos, que parecen estar dudando; su nariz achatada y en gancho, que gracias a Dios no ha sido rematada por ningún puñete; y su boca, siempre abierta, que le da un aire de pasmado.

No le gusta Lima porque siente que todo está muy lejos de él. Para estudiar, conseguir trabajo o salir a divertirse tiene que tomar por lo menos tres carros. Por eso prefiere moverse por los baldíos y arcillosos alrededores de Paraíso: Jugar fútbol, hablar con sus amigos y comerse un caldito de gallina. A donde quiere ir con frecuencia es a su natal Huancavelica. Sus padres, que venden verduras en un mercado de San Borja, también extrañan su tierra y las borracheras patronales.

Durante su actuación en la película Paraíso, la realidad de la periferia de Lima se confunde con su vida: la incertidumbre del futuro de los jóvenes está acabando con su autoestima y progreso. Ellos son marginados por la condición de extraños invasores que heredaron de sus padres, provincianos migrantes que huyeron de las huestes del terrorismo hacia una ciudad indiferente. Al igual que en la ficción, en la vida real, Joaquín comparte con sus amigos del barrio la sensación de que algo tienen que hacer para cumplir sus sueños.

Esa fue la situación que encontró el director de Paraíso, Héctor Gálvez, amigo y mentor de Joaquín. Su trabajo con el Centro de Promoción y Desarrollo Poblacional (CEPRODEP) fue lo que lo aventuró a las tierras desconocidas del asentamiento humano Paraíso de Cajamarquilla, en la localidad de Huachipa y el distrito Lurigancho.

Él era consultor en la zona y hablaba frecuentemente con los padres de estos jóvenes, en su mayoría migrantes ayacuchanos y huancavelicanos. Recuerda que le pidieron ayuda ante la proliferación de pandillas. Estaban cansados del terror. Después de haber sacado a sus familias de los centros de conflicto en la lucha interna instalada por el PCP-Sendero Luminoso, no querían ver a sus wawas morir por sus propias manos.

Este hombre de largos cabellos blancos y sonrisa implacable no puso peros ante los petitorios. Como cineasta de vocación no tuvo mejor idea que hacerlo a través de un milagro llamado “video transformación”.

—Yo había escuchado que mediante el aprendizaje de las técnicas de video, los jóvenes recuperan su autoestima y creatividad —cuenta Héctor—. Propuse el proyecto en CEPRODEP y lo aceptaron sin mucha expectativa.

Joaquín nunca iba a los talleres de Gálvez, pero el grupo de chicas más tranquilas y bonitas de su barrio sí. Por eso se comprometió a ir.

—Al principio quería robarme la cámara que nos daba Héctor —confiesa.

Para él no fue fácil dejar las pandillas porque era uno de los líderes. Su ejército se llamaba “Chicago Boom” y daba feroces espectáculos en las huacas de Cajamarquilla. Éste lugar es como la cancha de fútbol del Estadio Nacional y aún así, Joaquín señala los extremos del campo y asegura que les faltaba espacio a él y sus enemigos para agarrarse a pedradas: peleaban salvajemente apiñados.

Joaquín dice que los chicos salían del colegio sin saber qué hacer. Seguir estudios superiores, generalmente, no se planteaba como una opción. Para los profesionales del vandalismo, el único respeto que se podía conseguir en Paraíso era el miedo. Por eso los golpes y las armas fueron sus mejores lecciones.

—Acá los chicos se peleaban por cualquier cosa. Íbamos siempre a pintar las paredes del barrio del costado o les robábamos gorras, zapatillas, ropas de los tendederos —dice, recordando aquellas épocas.

Otra razón de odio entre barrios era el sentido de pertenencia a un equipo de fútbol. Joaquín hasta ahora es garra crema. “U”.

Él y su hermano menor, Tito, pueden dar instrucciones de cómo lucha un barrista:

Tito se quita el polo y luce sus cortes mal suturados, deformes e hinchados. Acto seguido, desenfunda un machete. Durante las entrevistas, él se encarga de la dramatización: realiza algunas acrobacias; Joaquín dice que es un baile de cuerpos, en el que uno se mueve para esquivar las puñaladas. Recomienda llevar el sable en una mano y la piedra en la otra. Combinación perfecta.

Durante las batidas policiales, el arma con vocación homicida se esconde entre los pantalones. por eso la ropa de un pandillero siempre será ancha, añade Tito.

Después de todo, baja la cabeza: fue él quien metió a Joaquín en las riñas callejeras.

—Él quería sacarme de la pandilla y se metió a defenderme una vez. Cuando te peleas una vez, no puedes dejar de pelear.

Años después Joaquín le demostraría que cuando agarras una cámara por primera vez, no puedes dejar de grabar. Ahora ambos dan clases en su comunidad sobre planos, zoom, paneo y edición de video.

Pero, además de la “video transformación”, había ocurrido algo determinante para los chicos como Joaquín. Un líder cabecilla había muerto: Che loco, primo de Ventura y reconocido barrista crema en los lugares bravos de Huachipa, Surquillo, El Agustino y Breña. Paradójicamente nunca organizó su última pelea porque había decidido dejar el mundo de las pandillas.

Todos los pupilos de Héctor Gálvez se dedicaron a hacer cortometrajes sobre ese asesinato y finalmente él mismo lo escogió como elemento simbólico para su película.

El Paraíso de Gálvez empieza cuando Joaquín, que tiene el mismo nombre en la ficción, va con sus amigos Lalo, Antuanett, Sara y Mario a visitar la cruz que hace memoria a Che Loco. Mientras le llevan flores, reflexionan sobre lo que les espera de seguir en ese barrio. En escenas como esta, el director vuelca todo lo que los jóvenes sienten: el permanente estado de vulnerabilidad, la necesidad de defenderse, la presión del grupo, la espera de reconocimiento y la falta de opciones ante todo ello.

Joaquín dice que después de la muerte de su primo y de otros tres jóvenes ya casi no hay pandilleros en la zona. En la ficción, algunos de los protagonistas empiezan a estudiar más, otros buscan ingresar al ejército y Joaquín se va como trapecista de un circo ambulante.

—Aquí la gente se ha dedicado al fútbol—asegura el Joaquín de la realidad mientras camina por un barrio que, al menos a las seis de la tarde, no se ve maleado.

Un día cualquiera en Paraíso es más común ver gente peloteando que apedreándose. Las huacas de Cajamarquilla, donde guerreaban las pandillas, hoy están abandonadas. Joaquín solo las ha logrado llenar durante sus grabaciones de cinco cortos y dos documentales en los que ha desarrollado el tema de la violencia juvenil. Para esos trabajos reunió a la “gente brava” de verdad, pandillas con cuchillos en mano actuaron frente a sus peores enemigos. En esas convocatorias nadie salió herido. Ellos colaboraron con Joaquín. Él sigue siendo un líder.

Lo que empezó como un taller de audiovisuales llamado “video transformación”, hoy es la agrupación de Jóvenes Adolescentes Decididos a Triunfar (JADAT) y Joaquín Ventura es el presidente. Después de dos años como pandillero y tres de video rehabilitación, Héctor le cedió la posta del proyecto. En los registros de SUNAT, la casa de Joaquín figura como el local de esta organización, que además es independiente de CEPRODEP. El ex pandillero tiene su propia ONG y cuenta con el apoyo de mucha gente profesional.

La visión que ha trasladado Joaquín a su organización es la de contar las historias de aquellos que han sido olvidados, gente como él y los que dan vida a Paraíso. Ahora quiere dirigir su propia película y ya está trabajando en eso. Su ópera prima ya tiene nombre: Ángeles caídos. Su hermano Tito será el protagonista; su primo Che Loco, la inspiración.

—Ángeles caídos es lo que pasó antes de Paraíso, cuando Che Loco todavía vivía —nos adelanta el futuro director con guión en mano.

Su vida ha cambiado. En Paraíso es una figura pública que la gente saluda a cada paso. Como pandillero, los adultos de su barrio lo odiaban; pero ahora lo reconocen como Joaquín el pelotero, el hincha de la U que ha dejado las barras, el presidente de JADAT, el actor, el futuro director, el organizador de campeonatos y no de broncas.

Hoy, en su cuartito de adobe, ha instalado lo que él llama una isla de edición: una computadora Pentium cuatro y programas esenciales para contar sus historias por medio de la imagen. En sus cajones desbordan fotos, películas piratas y sus trabajos: Días de la vida, Historias marcadas, Niña mujer y Un mundo sin colores. También tiene la foto de su novia Kathinkha pegada en la pared, al lado de todas las fotos de sus ex enamoradas y amigos. Apiladas en su cama están sus gorras inseparables y junto a la puerta descansa en paz el sable de pandillero.

Si le preguntan por sus películas favoritas, señala la ruma de piratería y contesta: Corazón valiente, Pandillas de Nueva York y Corazón de caballero. Él quiere hacer cosas así: Pandillas de Paraíso, quizás, o Corazón de Pandillero.


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Maleta verde

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